Demasiadas deudas con las flores
Una reflexión sobre cómo las flores han aportado y aportan ARTE a nuestra vida
Crea Como una chica es un espacio de inspiración creativa. Durante el mes de mayo el hilo conductor va a ser «mujeres que pintan flores», y vamos a conocer las historias inspiradoras de varias mujeres que pudieron vivir una vida diferente a la que les esperaba gracias a su arte. Si quieres recibir próximas entregas, súmate a este círculo creativo.
He tardado diez minutos desde que me he despertado esta mañana hasta que ya tenía el móvil entre las manos. Cuando esto me sucede, salgo a mi balcón diminuto y bosquejo alguna de mis flores. Voy dejando casi que la mano dibuje sola, con un trazo tímido que se va abriendo paso. El resultado son flores a lápiz, poco definidas y espontáneas, que parecen temblar sobre el papel. Es un ejercicio liberador, que sirve de cortafuegos mental entre ese automatismo atroz y yo misma. Porque «yo misma» desaparezco cuando empiezo a deslizar el dedo sobre la pantalla. No quiero desaparecer, quiero observar las flores como si se fueran a marchitar mañana.
Las mujeres debían pintar flores
Las flores, siempre relacionadas con lo femenino, han sido menospreciadas en todos sus aspectos, pero muy especialmente en el arte. Las mujeres podían pintar flores porque eran un arte menor, un entretenimiento, algo con lo que decorar la casa. ¿Qué había de peligroso en que las señoritas pintaran flores?
Las primeras pintoras que empezaron a sobresalir en el arte de pintar flores fueron las ilustradoras botánicas. Mujeres talentosas que tenían la paciencia y la habilidad para pintar flores con todos sus detalles. Pero, amiga, muchas hicieron trampas. Verás, pintar flores las acercaba a la ciencia, a la exploración y a los viajes.
¡Ay, benditas flores! En lugar de un castigo, son ventanas abiertas por las que, la que podía y quería, salía volando.
Por ejemplo, Marianne North viajó sola por todo el mundo abriendo ventanas como la de abajo para el resto de mujeres. ¿No es una ma-ra-vi-lla?
Entre muchos de los impedimentos que se encontraban las mujeres para acceder a los estudios de arte, quizás el más limitante era que no podían asistir a las clases con modelos desnudos por considerarse impuro para ellas. Aquello les impedía crear figuraciones o las famosas escenas bíblicas. Tampoco les resultaba fácil viajar o salir de casa, ya que debían ocuparse de los hijos y el trabajo doméstico. A menudo, lo único que podían estudiar era arte ornamental. Si querían ser pintoras, debían resignarse con las flores.
Mujeres como Rachel Ruysch se dedicaron profesionalmente a pintar y fueron más cotizadas que Rembrandt. Otras, como la naturalista e ilustradora Maria Sibylla Merian, consiguieron financiarse sus propios viajes de exploración científica sin tutela masculina gracias a la venta de sus ilustraciones.
Esas mujeres, aun dentro de los límites que les imponía una sociedad patriarcal, cambiaron gradualmente la percepción social que se tenía de sus capacidades artísticas. Rompieron la jaula, empujando con fuerza desde dentro y ocupando todo el espacio que se les había dado.
Mientras observaban flores, plantas y jarrones, estaban conjurando una revolución silenciosa que cambió significativamente el mundo del arte.
¿Fueron ellas conscientes? No lo sé. Pero nosotras, sí. Y con eso deberemos conformarnos.
A medida que ha ido avanzando el día, he seguido saliendo de vez en cuando al balcón a mirar las flores. Me fijo en las hojas secas, las pellizco y las estiro para que acaben desprendiéndose de la planta. Hago lo mismo con las flores de mi espina de cristo, pero a estas las coloco en un bol donde se secarán las próximas semanas.
Regreso al estudio y escribo.
Si con el balcón no me basta, camino por el lecho del río Llobregat a mirar y dibujar camomila valenciana, cardos y gatos callejeros. Uso la misma técnica, y voy creando bocetos en un cuaderno en cuya portada escribí: Los bocetos del estar. Porque cuando los dibujo, observo, y cuando observo, estoy.
A veces, «estar» es lo más difícil en este mundo moderno, donde vemos la vida a través de una pantalla.
Entonces una ráfaga de pensamiento cruza mi mente y siento que yo también estoy conjurando una revolución silenciosa: mediante las flores consigo concentrarme en una era donde la atención es un bien escaso.
Me ensueño un poco entre los tréboles y las abejas, y siento cerca a todas esas mujeres de las que aún hoy tenemos que leer que lo suyo no fue Arte. También a las que hoy siguen -seguimos- transformando limitaciones en oportunidades.
Hay un poema de la mallorquina Antònia Vicens que se me viene a la cabeza:
«Morir-te
encara no
tens massa deutes
amb les flors»
«Morirte
todavía no
tienes demasiadas deudas
con las flores»
Espero que al morirme tenga muchas deudas con las flores, las mías propias y las colectivas, porque habrá significado que habré empujado la jaula con tanta fuerza que ya estaré volando.
Cuéntame, ¿hacia dónde vuelas tú?
Vero
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¡Este artículo me ha dejado completamente fascinada! Nunca había pensado en las pintoras de flores de esta manera.
Me has hecho preguntarme si yo también desprecio injustamente algunos de los aspectos considerados femeninos Lo que queda claro es que la creatividad de las mujeres encuentra siempre una forma de florecer.
Precioso. Un gran canto a cómo pequeños gestos acaban siendo grandes pasos.